Charles Perrault nació el 12 de enero de 1628 en la ciudad de París, junto con su gemelo François. Su familia perteneciente a la burguesía acomodada, hizo posible que tuviera una buena infancia y concurriera a las mejores escuelas de la época. Ingresó en el colegio de Beauvais en 1637, donde descubre su facilidad para las lenguas muertas.
En 1654 es nombrado funcionario para trabajar en el servicio gubernamental. Tomó parte en la creación de la Academia de las Ciencias y en la restauración de la Academia de Pintura. Jamás luchó contra el sistema, lo cual le facilitó la supervivencia en una Francia muy convulsionada políticamente y en la que los favoritos caían con demasiada frecuencia. Su vida siempre dedicada al estudio, dejaba escaso margen a la fantasía. En su primer libro "Los muros de Troya", (1661), se muestra nada infantil, como se puede apreciar en el contenido de la obra.
Esto se debe a que a lo largo de su burocrática y aburrida existencia de funcionario privilegiado, lo que más escribió fueron odas, discursos, diálogos, poemas, y obras que halagaban al rey y a los príncipes, lo que le valió llevar una vida colmada de honores, que él supo aprovechar. Fue secretario de la Academia Francesa desde 1663, convirtiéndose en el protegido de Colbert, el famoso consejero de Luis XIV, hasta que en 1665, progresa en su categoría laboral convirtiéndose en el primero de los funcionarios reales, lo que le significa grandes prebendas. Hace extensiva su buena fortuna a sus familiares, consiguiendo, en 1667, que los planos con los que se construye el Observatorio del Rey, sean de su hermano Claude.
Fue nombrado en 1671 académico, y al año siguiente, contrae matrimonio con Marie Guichon, es elegido canciller de la Academia, y en 1673 se convierte en Bibliotecario de la misma. Ese mismo año nace su primer hijo, una niña, y luego, en el intervalo que va desde 1675 a 1678, le nacen tres hijos más y su esposa fallece después del nacimiento del último. En 1680, Perrault tiene que ceder su puesto privilegiado de primer funcionario al hijo de Colbert. A estos sinsabores vienen a añadirse más tarde otros de carácter literario - erudito, como la célebre controversia que lo distancia de Boileau, a propósito de una divergencia de opiniones que se traducen en su obra crítica: "Paralelo de los Ancianos y de los Modernos" en el que se contemplan las Artes y las Ciencias.
En 1687 escribió el poema El siglo de Luis el Grande y en 1688 Comparación entre antiguos y modernos , un alegato en favor de los escritores "modernos" y en contra de los tradicionalistas. El ilustre autor escribió un total de 46 obras, ocho de ellas publicadas póstumamente, entre las que se halla Memorias de mi vida. A excepción de los cuentos infantiles, toda su obra se compone mayoritariamente, en loas al rey de Francia. A los 55 años escribió "Historias o Cuentos del pasado", más conocido como "Los cuentos de la mamá Gansa" (por la imagen que ilustraba su tapa) - publicados en 1697-en donde se encuentran la mayoría de sus cuentos más famosos. Son éstos y no otros los que han logrado vencer al tiempo llegando hasta nosotros con la misma frescura y espontaneidad con que fueron escritos, después de recopilados de la tradición oral o de leyendas de exótico origen.
Este mismo año nace su primer hijo. Su esposa muere en 1678, y, en 1700 Perrault pierde a su hijo pequeño en la guerra. El autor de Caperucita Roja murió la noche del 15 al 16 de mayo de 1703 en su casa de París a la edad de 75 años.
Caperucita Roja:
Había una vez...
...Una niñita que vivía con su madre cerca de un gran bosque. Al otro lado del bosque vivía su abuelita, que sabía hacer manualidades y un día le había realizado una preciosa caperucita roja a su nietita, y ésta la usaba tan continuamente, que todos la conocían como Caperucita Roja. Un día la madre le dijo:
-Vamos a ver si eres capaz de ir solita a casa de tu abuelita. Llévale estos alimentos y este pote de mantequilla y pregúntale cómo se encuentra, pero ten mucho cuidado durante el camino por el bosque y no te detengas a hablar con nadie.
Así, Caperucita Roja, llevando su cestito, fue por el bosque a visitar a su abuelita. En el camino la observó el lobo feroz, desde detrás de algunos árboles. Tuvo ganas de devorar a la niña, pero no se atrevió, pues escuchó muy cerca a los leñadores trabajando en el bosque. El lobo, con su voz más amistosa, preguntó:
-¿Dónde vas, querida Caperucita? ¿A quién llevas esa canata con alimentos? -Voy a ver a mi abuelita, que vive en la casa blanca al otro extremo del bosque -respondió Caperucita Roja, sin hacer caso a lo que le había recomendado su mamá y sin saber que es muy peligroso que las niñas hablen con los lobos.
-Tus piernas son muy cortas y no pueden llevarte allá rápidamente; yo me adelantaré y le diré a tu abuelita que la vas a visitar -dijo el lobo pensando comerse a las dos. Caperucita Roja se entretuvo en el camino recogiendo flores silvestres. Mientras tanto el hambriento lobo feroz se dirigió con mucha rapidez a la casa donde vivía la abuelita. Estaba muy impaciente porque no había comido en tres días.
Sin embargo, la abuelita se había ido muy temprano para el pueblo, y el lobo encontró la casa vacía.
Poniéndose el gorro de dormir de la anciana, se metió en la cama y esperó a Caperucita Roja. Cuando la niña entró en la casa, se asustó porque encontró a su abuelita en cama y le pareció muy extraña.
-¡Oh! ¡Abuelita! -exclamó Caperucita Roja-, ¡qué orejas más grandes que tienes! -Son para escucharte mejor -dijo el lobo. -Abuelita, ¡qué ojos más grandes tú tienes! -Son para verte mejor, querida nieta. -Abuelita, ¡qué dientes más grandes que tienes! -Son para comerte mejor -gritó el lobo saltando de la cama.
Un leñador que se encontraba cerca escuchó a Caperucita Roja que pedía socorro por la ventana. Tomando su hacha corrió hacia la casa para salvarla. Antes que el lobo pudiera hacer daño a Caperucita Roja, el leñador le dio muerte de un tremendo hachazo. Luego lo arrastró hasta el bosque Y en ese momento la abuelita regresaba a su hogar, lo que hizo tranquilizar a Caperucita y pasar un rato de alegría junto a ella.
Edición: Matias Peralta
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